Esos puentes son lo único bueno que
hicieron los milicos, dijo un amigo de mi papá. El naranja de las barandas se
transforma ahora en estela de color sobre el fondo amarronado del agua. Zárate
Brazo Largo de los amores. Miro por la ventanilla y saco, por vez un millón,
una foto. Como si se pudiera capturar algo de eso con el celular. Como si no
supiera que una foto no toca ni un poco la esencia de lo que es entrar en otro
mundo. Atravesar estos puentes es cambiar de estado, como dormirse, como cantar
en otro idioma. Él maneja y dice recordar este lugar, yo cebo un mate y le digo
¿Viste qué hermoso? Y le cuento de cuando había que cruzar en balsa, de una vez
que tardamos doce horas en hacer cuatrocientos kilómetros. Qué locura, comenta.
Sí, qué locura. Recupero ahora los brillos sueltos de ese momento, pero sé bien
que los perdí para siempre.
El papá baja y abre el capot, el Fiat
600 recalienta, esperan veinte minutos adentro del auto. Tiene ganas de
vomitar, las gotitas no le hicieron nada. Son feas como dormir la siesta
obligada, va a tener que aguantar. Mira por la ventanilla, hay muchos eucaliptus.
Se aburre, quiere despertar a Flor sin que la mamá la vea, le toca la pierna.
No se despierta. El papá dijo que la ruta está cargada y que van a tardar. La
mamá lleva en brazos a Ana. En el asiento de atrás hay un chupete tirado, el
nono –la frazada para dormir-, un paquete de galletitas, una toalla por si
vomita, un peluche. Listo, cierra el capot y vuelve al auto. Siguen viaje,
tosen por el polvillo que se levanta en la ruta, las ventanillas van bajas
porque si no, se asan. El papá compró la cosa de alambres para el parabrisas,
ya se les rompió una vez por una piedra. Ojalá no se rompa nunca más. Ella creyó
que los vidrios los podrían haber matado, pero los pedacitos se quedaron ahí y
no se cayeron. Tuvieron que ir a un lugar a que lo cambiaran y esa vez tardaron
mucho más en llegar a La Plata. Le duele la panza. Ana llora, la mamá dice que
la bebé tiene calor y que pobrecita. A Flor se le destapó un perfume con olor a
banana que le regalaron para su cumple y se empapó todo el asiento. Qué asco.
Paraná de las palmas, entramos en la
provincia de los verdes. Acá, en el
universo del río, el aire es de barro, clorofila, espinillos, la luz
pega en la cara aunque esté nublado, aunque llueva o, incluso, sea de noche. La
física del territorio es rebelde. Y yo no me rebelo, me entrego. Vení, tierra
mía, hacé de mí lo que quieras. De mí, no de nosotros, él viene a pasear como
turista enamorado de eso que soy ahora, que no es lo mismo que lo que era antes
de cruzar los puentes. Ojalá lo atraviese también este viento invisible que ya
no está entre los árboles si no en mi cuerpo. ¿Qué es traerlo a mi lugar natal?
Tal vez no sea otra cosa que traerlo a cómo soy acá, cómo la tonada va tomando
forma, cómo crece en mí un trato demasiado confianzudo con los otros, con
aquellos con los que salimos del mismo lugar. ¿Le gustaré así, natal? ¿Gustará
de él mi pueblo de agua?
La abuela les tejió unos vestiditos de lana para el invierno. A ella le tocó el rojo y a Flor el azul. Siempre les teje de todo, la mamá no sabe tejer muy bien. Hacía calor pero se los probaron igual porque no sabían cuándo volverían a La Plata. Ahora van con la noticia de que les quedaron perfectos. Las más grandes le van a pedir, otra vez, que las lleve al museo a ver los huesos. Todavía hay olor a banana en el auto, y recalentó el motor. Peleó con Flor, Ana se puso a gritar. El papá las retó, les dijo que la próxima vez va a parar y las va a dejar en la ruta. Se miraron y les dio risa, se la aguantaron. La mamá se dio cuenta. En cada viaje, el papá las reta y ellas se ríen, a escondidas del enojo.
Ya conoce la ciudad pero casi no se
acuerda, dice. Entonces es como una primera vez. Cada vez es la primera de una
larga cuerda que se estira hasta lo inimaginable, delgadita como una baba del diablo
y fuerte porque no envejece. Qué quiero encontrar ahora, parada mirando el río.
Esta playa, desmontada desde hace poco, tiene todavía olor a nuevo. Antes fue
bosque y nadie podía pisarla. Ahora es una invitación a la hipnosis, a la
duermevela, no termina de ser real. El agua está gris como el día y no hay
mucha diferencia entre arriba y abajo. Él saca fotos, una panorámica, una de
los árboles. Qué tremendo es el río Uruguay. Tan de nadie y te hace sentir su
hija. Si miro fijo el agua me pongo a llorar, le digo. Se ríe. Me río para no
desentonar. Si miro mucho el río, soy el río. Como Juanele. A esto no lo digo,
cebo otro mate y nos sacamos una foto juntos. Hola, tierra mía, mi amor, te
presento a mi novio.
Llevo el termo bajo el brazo mientras caminamos, como dejé de hacer cuando me fui. No nos vayamos tan pronto de esta playa, le digo. Voy a filmar el agua. ¿Otra vez? Viste que no cansa. Qué raro será para vos, que vivís en el mismo barrio en el que naciste. Una vez una compañera de la facultad me dijo: A los que vinimos de afuera nos queda un desarraigo estructural. Adopté la definición, tanto estructuralismo que nos enseñaron en la facultad. ¿Quiso decir que, después de eso, te queda un agujero que intentará llenarse de distintas formas y fallará cada vez? ¿O que ya quedás estructurada como un viaje? Él sigue sacando fotos, y me deja mirar el agua, callada.
El olor a banana es más potente que la
vida de las cucarachas. Ahora están por entrar en Maschwitz, en la estación de
servicio, donde ya los conocen. Van a ir al baño y tomar algo antes de seguir.
En una mesa hay un famoso, le dice a la mamá. Sí, Antonio Carrizo. El señor se
da cuenta de que lo reconocieron, habla más fuerte y los mira de reojo. Nunca
había visto a un famoso. ¿Cómo será vivir en la misma ciudad que ellos?,
piensa. Al señor le interesa que lo sigan mirando, le parece. Todavía no
termina de formular la idea, pero algo sospecha: el famoso necesita serlo todo
el tiempo, si no qué le iba a importar que le dieran tanta bolilla. Se lleva
una pequeña decepción.
Entramos en la Basílica, mate en mano.
Es el único lugar que no se achicó desde la infancia. La Basílica fue y será
siempre el verdadero lugar de dios. Incluso después de mi ateísmo. Dios no
existe, pero acá vive. Avanzamos sin hacer ruido, hay alguien rezando (siempre,
desde tiempos inmemoriales, a cualquier hora, hay alguien arrodillado,
rezando). Y además el eco es impresionante, cualquier risita o susurro nos
dejaría al descubierto. Varias veces cantamos con el coro en este lugar. Hay
música de fondo, suave, apenas audible, algo sacro. ¿Viste los frescos en la
cúpula? Me parece que los restauraron, están nuevitos. Me había olvidado de lo
bellos que eran. El Cristo crucificado a la derecha del altar siempre me dio
miedo. Desde la primera misa a la que vine por culpa de catequesis. Paso al
lado sin mirarlo. Vamos al hueco desde el que se ve la tumba de Urquiza. ¿En
serio están los restos acá? Sí, en serio. Acá mezclamos todo. Muerte,
resurrección, Urquiza. ¿Te dije que a mi ciudad la llaman “La histórica”? Sí,
me dijiste. Repito las cosas. Estoy en el loop de las cosas, repetida en esta
iglesia inconmensurable, chiquita frente al altar y al sonido del órgano de
tubos, parada esperando mi turno para comulgar por primera vez. Cómo será el
gusto de la hostia, ay se me pegó en el paladar, dios me observa, qué
responsabilidad.
Me dice que no sabía que yo podía tomar
tanta confianza con desconocidos, los camareros, los que atienden los quioscos,
la conserje de la hostería. Me divierte el comentario. Lo invito a la plaza Ramírez. Lo llevo hasta
el monumento del centro y le leo en voz alta la inscripción, Pronunciamiento
del general Urquiza contra el brigadier general Juan Manuel de Rosas, 1ero de
mayo de 1851. Vislumbro que no le interesa. Me da pudor. Estoy más entusiasmada
yo que él en este autoerotismo. Dejame que te muestre este cuerpo mío, esta
plaza, estas calles finitas, coloniales, incapaces de albergar tantos autos.
¿Te gustan estos árboles inmensos? ¿Viste que allá está el correo, y fue una de
las casas de Urquiza? Antes acá había una calesita. Él lleva el mate en la mano
y el termo bajo el brazo, como hacemos acá. Sonrío satisfecha.
Les encanta inventar canciones y más les gusta desafinar a propósito. Aprendieron en clases de coro La neve, una pieza italiana con disonancias, muy difícil de cantar. Aman hacer su propia versión. Como el papá tiene una hipersensibilidad con la afinación musical, sufre. Primero se ríe pero al rato les pide que cambien de juego. Peor, redoblan la apuesta. La neve bianca scintillia trepida, la neve cade sui rami. La mamá pone caras, también le da risa. ¡Listo! Cambian la letra de la canción y cantan según los carteles en la ruta: entran seguros médicos, flan Ravanna, alfajores Jorgito, bulones, lo que venga. Ya pasaron Chascomús, no falta tanto. Se cansan de La neve. ¡Cantemos otra cosa! ¡Ya sé! La del tren, xa ca ta ca, xácataca xácataca, ¡Adeus, oh gente! La cara del papá, realmente está sufriendo. Cuando las tres se embarcan, son imparables. Van otra vez, más fuerte, gozando de sus alaridos de soprano. No se van a callar. Pobre papá.
Entramos en la Normal por la puerta de
adelante, no vemos a nadie y nos metemos en el salón de actos. ¿Viste que tiene
cuatro manzanas? Es otro de los espacios que no se achicó desde la infancia. El
olor, el mismo olor, a madera, a telas viejas, no puedo definirlo. Me siento en
una butaca, me saca una foto. El salón sigue siendo alto, ancho, larguísimo
desde el fondo hasta el frente. Él me deja mirar en silencio el lecho que viaja
hasta el escenario. Está el mismo piano. Recorremos patio por patio, ya no
están los jazmines en las galerías, las puertas están despintadas, es un barco
semi hundido del que no voy a saltar. Un lejano olor a perfume de banana me
despierta. Un preceptor nos pregunta si pedimos permiso en vicerrectoría y no
lo habíamos hecho. Nos echaron, salimos por la puerta grande, la que da a la
López Jordán. ¿Te conté que se dice que López Jordán traicionó a Urquiza, que
fue él quien lo mandó a matar? Me mira como si le hablara en chino, estas cosas
sólo me interesan a mí. Qué importa. Si vamos de la mano y mi escuela le
pareció enorme, antigua, y sacada de un libro de historia.
Ya se fue el barco gigante que vimos
ayer. Este es el puerto, mi puerto, miralo. ¿Ves allá? Es una isla uruguaya. Y
esa la Stella Maris. Caminamos por el mirador. Está como siempre, poco
mantenimiento, pienso. ¿Vos venías acá de chica?, me pregunta. Apoyados sobre
la baranda, me habla sobre el calado y qué tipo de barcos deben venir. Le digo
con orgullo, como si fuera mía la aduana: Es uno de los puertos más activos e
importantes de la provincia. También en este lugar contuve la primera
borrachera de mi mejor amiga. Yo era de las que no tomaban y cuidaba a las
amigas. Se sorprende, me abraza. Recuerdo el hartazgo de venir a este lugar,
aburrida de mirar los barcos, el agua a lo lejos, con ganas de algo nuevo. Qué
iba a saber entonces que es imposible irse del todo. No hagas ruido que voy a
filmar. ¿Otra vez? Otra vez.
El Banco Pelay está vacío. A mí lo que me gusta del mar es meterme, no mirarlo, me dice. A mí no. Pero no vas a comparar. Si miro mucho el mar, también lloro, le digo. Se ríe una vez más. Tal vez me hubiera dicho Todo te hace llorar a vos. No todo. El mar por opaco, por ajeno, por indiferente. Porque no logro que me mire. Porque es un rockstar que se alimenta de sus fans y nunca les da nada. En cambio el río, cómo hago para que entiendas. ¿Vas a filmar de nuevo? Mirá, agua y árboles juntos. Donde hay árboles, hay pájaros. ¿Los escuchás? El río habla, esa es la diferencia. Te habla. El mar se queja y se queja, uniforme, le grita a nadie. El río hace ruidos, música, te clava la mirada, te pide que lo ames. El mar no necesita de vos ni de nadie. El río se muere si no le prestás atención. El mar no. Cómo establecer una relación cuando del otro lado hay un monólogo. El río te necesita, te toca como si estuviera enamorado de vos. El mar no se entera de tu cuerpo. Nadie se tira al río para morir, al mar sí. ¿Entendés? Sus ojos intentan zambullirse en mi voz, estará pensando Qué exagerada. Y ya no sé de dónde salen estas palabras que pronuncio con tanta precisión, mientras caminamos por la arena y el Uruguay ahí, gigante, nos espera.
Diagonal 79 es el Ya llegamos. Las hileras de tilos gigantes y la feria de verduras. La heladería a la que van a querer ir después de comer. Los abuelos las reciben en la puerta, se ríen como nenes, y ellas salen apuradas por pisar tierra firme. Esa ilusión de haber llegado. El olor a banana resiste las décadas como ellas las horas de viaje. Dejá, papá, que yo bajo los bolsos. El papá dice que quiere estirar las piernas, y la mamá que si alguien tiene hambre, ella trajo sanguchitos. En un rato será la hora del mate.
Clic, foto, enviar. Matías habla con alguien, una señora petisita que no conocemos. Hace unos minutos ella salió a la vereda, miró el despliegue y le dijo a uno de los organizadores: Me acuerdo de la parejita que se llevaron ese año, yo siempre viví acá, ¿qué fue de ellos? ¿Dónde está el bebé?, ¿lo apropiaron? Entonces alguien le tocó el hombro a Matías, y él se dio vuelta. Acá está el bebé. Los ojos de la mujer se fulminaron a sí mismos cuando lo vio porque no entraba tanto en una sola mirada, te juro Laura. Todo tiene su límite, hasta las miradas. Sus cuerpos se pegaron en un abrazo, no sabés, tan apretado que dudé, ¿realmente no la conocía? No lo puedo creer. Miro a la señora, miro a Matías, esto sigue pasando, esto no pasó, pasa ahora.
Clic, foto, enviar. Hay una bola que gira y vos también estás adentro, Laura, todo el tiempo, metida conmigo en el ritmo acelerado de su respiración. Contándole a Matías en una carta atolondrada y larga cómo lo acunaste de bebé, la fiebre, sus padres, el miedo bajo la cama a la madrugada, los gritos en el piso de arriba. Matías me dijo, sabés, que le quema la mirada de las personas que lo ven en el espejo de su papá, tan igual a él. Me dijo El parecido físico que yo no registraba les hacía desencajar la cara. Era muy loco porque la gente que me veía a mí era como que estaba viendo a mi viejo, el parecido físico la debe haber afectado a esta mujer porque cuando me vio quedó desconcertada. Había gente que venía caminando, me miraba así y de pronto se ponía a llorar, te imaginás, una cosa muy loca. Qué te voy a explicar, justo a vos, Laura, que los tenés en la retina. ¿Sos parecida a tu mamá? ¿a tu papá? ¿a quién sos parecida? Hay rasgos que mejor olvidar, podrías decirme. Tengo tu foto del acto escolar del día después, estabas hermosa. Parecerse a los padres no significa nada, o significa tanto: la forma de levantar las cejas o de torcer la boca, la voz, la risa: uno es el otro, ¿pero quién? Ahora el hijo tiene casi 20 años más que los que tenía el padre cuando se lo llevaron, el hijo viejo se parece al padre joven. ¿Cómo se transporta la vida entera de otro en la forma de los ojos? La pregunta no es cómo se transporta sino, Laura, cómo se soporta, cómo se agradece o cómo se tolera ser la cara viva de lo ganado y lo perdido, a la vez, un ida y vuelta infinito. Sólo tengo fotos, no recuerdos. Matías es igual a Jorge, y a Marta también. Ella se parece un poco a mi papá.
Ahora salimos del hotel, te mantengo al tanto. Bombean en mi cabeza tus audios con los detalles. Que hay un balcón, que es en el primer piso. La gente de la ONG se juntó antes con mamá y una de mis hermanas para la confección de la baldosa recordatoria. Vamos a esa casa que voy a conocer en un rato y de la que no te podés ir, mirá que te rajaste lejos. Estará presente gran parte de mi familia, no mi hijo, el padre lo convenció de que se quedara con él este fin de semana. No tengo tiempo de empantanarme pensando en por qué no quiso que viniera (como si pudiera deshacer esa pregunta que, vas a ver, me va a taladrar todo el tiempo).
Ya estamos arriba del auto, mis viejos
están conmovidos y expectantes, y ya te empecé a mandar los mensajes por
whatsapp que me pediste. Hay banderines de colores sobre la casa, un
amplificador de sonido, un micrófono, las personas de la organización, mi primo
Matías, mis otros tíos. Todavía falta que llegue mucha gente, mucha gente.
Clic, foto, enviar. Entraron armados por el balcón y llegaron derecho hasta ellos, me contaste. Bomba de estruendo, altoparlante, bum. Ahora me bajé del taxi, empecé a temblar, ¿en serio no sabés qué me pasa? No parás de hablarme al oído y llorás y llorás en el audio que no me puedo sacar de la cabeza. Mientras floto en tu voz, mamá me dice Carolina, tranquilizate, sorprendida por mi angustia repentina ni bien abro la puerta del taxi y pongo un pie en la calle, le parece importante no hacer escándalos y tampoco sabe muy bien qué decirme. Me ahogo lo mejor que puedo, freno, ¿me callo?, ¿vos qué decís? Por acá se metieron, mamá. Le explico como si no supiera, tengo tu voz en la bola que ahora nos traga, quiero que entienda que estamos paradas en la misma vereda por la que los arrastraron, esposados y en camisón, y qué me importa si los parientes o los organizadores o los vecinos me miran. ¿Tengo derecho a no cicatrizar? Me contaste que te contaron que los hicieron entrar en un camión junto con los otros. Trato de imaginar el destacamento que había enfrente de la casa, la cara del cabo jovencito que te lo relató al día siguiente, los negocios cerrados de la cuadra. No me pidas que saque una foto ahora, Laura. Mejor besos y abrazos a los parientes, ese pegoteo familiar que nos mantiene cerca aunque haya unos cuantos kilómetros entre nosotros. Rubí, la novia de la juventud de papá, los Saracino, la agrupación de Madres de Gualeguaychú, mis tíos, primos y más primos, nos agachamos y ponemos una venecita sobre el material húmedo en el que están colocando la placa ahora mismo.
Clic, foto, enviar. ¿Por qué sonreímos? Estar juntos nos alegra. Cantar nos alegra. La murga en que canta mi prima Silvina canta para nosotros. Presionar, audio, enviar. Aplaudir, sonreír, aguantar y las lágrimas como piedritas. ¿Se ven en las fotos los carteles de Santiago Maldonado? Está lleno, todavía no lo encontraron. Hay tantos carteles de Santiago como banderitas de la fiesta sin fiesta. Y un micrófono, van a decir unas palabras. Se agudizan mis oídos, ese empuje a devorar lo que escucho que a veces hace que me acuerde de las canciones con oírlas una sola vez, o que retenga palabras textuales de los demás. Lo que se dice y también lo que no. Tío Guille, lo conocés, recibió el llamado por teléfono en aquel momento, le ofrecen el micrófono pero no se anima a hablar. Un poco por tímido, un poco por la emoción. Qué pena, no todos tienen algo tan fundamental para contar, ¿no es cierto, Laura?
Clic, foto, enviar. ¿Quieren subir al departamento?, nos pregunta un chico medio
desgarbado, morocho, ahora él y su mujer son los dueños de la casa. La casita
del horror desde que se llevaron a todos puestos. Entramos en fila, subimos la
escalera, allá vivías vos, en planta baja, allá la famosa Clarita que recibió
al bebé un segundo antes de la catástrofe, y acá ellos, acá, acá. Clic, foto,
enviar. Estoy en loop mirando sin mirar, paso los ojos lo más rápido que puedo
por la ventana desde adentro de lo que ahora es un living, saco otra foto que
te voy a mandar y después voy a borrar o a perder porque la memoria me falla.
¿Sabés qué me dijo una de mis hermanas? No
queríamos intimidar porque era una casa habitada por otras personas donde
estaban sus cosas personales, pero por un rato nos apropiamos de ese lugar, por
un rato dejó de ser la casa del vecino y pasó a ser nuestra casa, la casa de
nuestras memorias. Y todo lo que nos habíamos imaginado ahora tenía un
correlato real, con espacios, una habitación, una cocina, un living, también
con la idea de por dónde fue que lo pasaron a Matías, seguramente habría una
puerta que se cerró. Y yo podría haberle preguntado: Ana, ¿de quiénes son las
casas, sus habitaciones y pasillos? Cada familia es un mundo, como se dice.
Cada parentela con sus mitos, su lenguaje, sus a medio decir. Nada se puede decir completamente, digamos algo de
todo esto, Laura, pero bajá un poco la voz. Cada casa, picaporte, ventana,
escalón, un universo. Y cada historia, Laura, tan chiquita y tan inmensa, como
vos a los doce, las tuercas y las rueditas de un reloj antiguo que conforma a
su vez una máquina de relojes interconectados que no nos deja pasar una, y que
tampoco nos deja dormir. Y mirá ahora dónde estamos, metiendo los dedos en este
enchastre, quién puede venir a decirnos que el tiempo es una línea.
Clic, foto, enviar. ¿Sabés lo que me
dijo papá? Me llamó la atención la apertura de los dueños de casa, el afecto,
el amor, el cariño con el que nos recibieron como si los hubieran conocido, me
llamó mucho la atención. A la chica la vi conmocionada, fue impresionante
porque era como que de alguna manera estos chicos habían recibido a través de
esa historia, de esa casa, de las paredes, un poco el alma de ellos. Eso dijo
mi papá y es porque nos gusta pensar en la inmortalidad, no hay duelo ni a
palos. ¿Cómo viven los nuevos dueños en este lugar de otros? ¿Queman palo
santo? ¿Rezan? ¿Se olvidan? ¿Cómo se hace para transitar, construir, ir para
adelante? Mirate vos, en Viena y con esta casa todavía sobre tus hombros.
¿Sirven para algo los kilómetros, los idiomas, los husos horarios? ¿Te sirve
para algo estar del otro lado del mundo? Un día me tenés que contar cómo fuiste
a parar a ese país.
Clic, foto, enviar. Mamá me dijo Estuve
apenitas unos minutos nada más porque fue muy conmovedor, no todos nos animamos
a subir, pero me hizo bien saber que por ahí andaban ellos. ¿Y a vos, Laura, te
haría bien volver? El duelo es para los que tienen cuerpos, acá creemos en
almas, soñamos con ellos, con persecuciones y reencuentros, nos despertamos con
taquicardia, miramos el reloj a la madrugada. Engranajes y tuercas siguen su
ritmo circular.
¿Sabías que mi papá y sus hermanos soñaban
los mismos sueños, a repetición? Me contó: Los chicos aparecían y siempre
decían Tenemos que volver, Enri, y yo No, quédense que hace tanto que no nos
vemos. Ya que están acá quédense, No, vamos a ver, decían ellos. Después yo
preguntaba dónde estaban, en ese sueño en particular se habían quedado mucho
tiempo y yo creí que era para siempre. Y, de repente, no los vi más. ¿Vos
también soñás, Laura?
Clic, foto, enviar. Vino mi sobrino más
grande, ¿te conté? Me dijo Me pareció como medio impactante que haya habido un
hecho tan importante ahí, como casi histórico, porque es algo tan importante lo
que pasó, y que en el presente sea una casa común y corriente, que la gente
pasa por ahí y capaz no se entera. ¿Qué hubiera dicho mi hijo? Hubiera guardado
silencio, es de observar callado, y después me hubiera tirado un bombazo, un
comentario fuerte. Quizás lo hubiera escrito. Quizás se hubiera sentido
amparado por la paridad con su primo, dos preadolescentes pisando un tiempo
suyo y antiguo y futuro a la vez. ¿Les hubiera resultado llamativa la cantidad
de gente y de emociones tan manifiestas? No creo. Están en la misma bola que
nosotras, en el mismo mecanismo de relojería, que es otro pero no tan otro. No
hay foto con mi hijo.
Ahora hacemos una grupal en la vereda,
una con todos, una sonrientes porque el abrazo genera alegría aunque estemos
rotos. Faltás vos, Laura. Mirá la foto, mirá la cara de Matías, esa sonrisa
amplia, mirá cómo no nos aplasta la angustia, mirá cómo nos paramos alrededor
de sus nombres en el piso. Las caras mezclan los rasgos, somos un collage, una
pieza junto a la otra, una manivela, una aguja, una cadena, un ruidito.
Enviar, enviar, enviar. ¿Estás cansada? Estoy apabullada. Llego al hotel y caigo en la cama como un escombro. Se puso todo borroso, no vas a creer lo que me pesa el cuerpo. A las dos horas, vos, teléfono. Te hablo entredormida, agotada. Te cuento todo lo que puedo, lo que me sale. Sí sí, la murga, la vecina, los parientes, la casa. Todo otra vez. Ya me duermo de nuevo. Sí, Laura, al fin una lápida, una baldosa con sus nombres, una tumba en pleno Caballito. ¿Cuándo venís a la Argentina? ¿Te llegaron bien las fotos?
*Crónica o prosa poética o relato o sueño sobre la puesta de la baldosa recordatoria de Marta Bugnone y Jorge Ayastuy (detenidos desaparecidos en diciembre de 1977) en la puerta de su última casa, Martín de Gainza 958, Caballito, CABA, en octubre de 2017.
Me decís no te pongas mal, es el estado de cosas. Ya sé pero me resisto, no te digo mientras te acercás a la puerta de calle. ¿Qué pasó en esta casa? Nuestros abrazos son la primera vez del cuerpo en el agua, un viaje iniciático sin clichés, y además dejamos la habitación hecha un desastre. Esta mañana desayunamos pizza, tarta de nueces y café con leche, y cuando te reís desaparezco en vos. ¿De dónde viene la luz? Leímos a Guimaraes, ahora me lo quedo porque entré en su mundo y de ese mundo no se sale. Es una mole livianita. No es que no sepa esperar, es que me cuesta. Casi hago mate después de la pizza pero ya te ibas, y dejamos el baño hecho un desastre. Nuestros abrazos son la última vez antes de dormirse, parece que estamos despiertos pero no lo sabemos hasta que alguien habla, y ahí pum, la realidad, lo real, el realismo. Hablamos de realidad psíquica, ¿sí o no? Diez minutos, no más, no había ganas de perder tiempo en teorías. Tu cuerpo, mi mole livianita. Despedirse es feo como decir fosas nasales, y estamos contentos como un silbido: le voy a robar todas las metáforas, la literatura no tiene dueño. ¿La luz te viene de adentro, o me parece a mí? Dejamos la ropa hecha un desastre, es el estado de cosas, el estado de la cuestión, todo depende de dónde se ponga el acento. Coincidimos en Ceratti y algo de rock inglés, no en esa música inescuchable que te gusta mientras el Estado del estado nuestro nos recorre por adentro, como un bichito que arma túneles donde vivir. Es un enigma, tan razonadores, y dejamos el futón hecho un desastre. Nuestros abrazos son más hermosos que dormir ocho horas seguidas, sin medias, juntos. El estado del clima, de los días feriados, de los viernes, se tornó tan importante. Y el estado del agua, como nuestros abrazos, es un animalito anfibio. No llegué a poner la pava porque ya te ibas, había que esperar, y esperar es reconocerse incompleto: le voy a robar todas las frases, la literatura es una aguaviva que no te ahoga pero tampoco te deja salir del mar. Dejamos el piso hecho un desastre y nuestros abrazos se huelen a varios kilómetros a la redonda. ¿Te viene de adentro, o me parece a mí? ¿A dónde ponemos la luz?
Esto dijo la enorme Natalí Incaminato el 25 de mayo pasado, en la presentación de la 3era edición de «Las primas de Villaguay» (Peces de Ciudad), en La Plata.Todo agradecimiento.
En el capítulo “La Normal” aparece una imagen que me gustaría recuperar, dice “Los fantasmas se llevaban el edificio entero en sus bocas blancas de aire perdido”. Quiero pensar esa imagen de las bocas blancas y fantasmales en varios espectros que atraviesan la novela, pero también la idea de aire perdido como el pasado irrecuperable, o para el que en todo caso hay que poner en juego una voz particular para viajar hacia el, una voz imposible.
¿Por qué imposible? Porque oscila, articula de manera ambigua la voz de una niña, las incomprensiones y tonos de esa edad, con la voz adulta, la que comprende. Uno de los fragmentos en los que podemos verlo es en el capítulo “El 83 IV” la niña, alumna, es retada por la regente de la escuela ya que usó medias de colores y defendida por la madre, la narradora dice “No volví a respetar en lo íntimo, en lo íntimo que se puede tener a los 9 años, a Walburga Frida.”. La retrospección adulta se funde con la voz de la niña de la experiencia narrada, como si hubiese un intervalo entre una y otra, que es la misma persona desdoblada. No se trata sólo de una voz infantil, simplemente.
Esa voz nos lleva por la estructura de repeticiones que organizan esos recuerdos, en los que dos experiencias prevalecen en su tenor de perturbación: la muerte y la sexualidad. Del lado de la muerte, de los fantasmas, el primo-poesía, Romina y Lila, la amiga de la infancia.
Y del lado de la sexualidad, o del despertar sexual, las iniciaciones del erotismo con los jóvenes, los novios de las primas Silvia y Marie, los novios de la narradora el los capítulos “el novio I”, y “El novio II” que marcan una progresión en la novela junto con el entendimiento de lo que se jugaba en los capítulos “El 83”. Las primas que dan título al libro reaparecen en su funcionamiento especular, de modelos a seguir.
Muerte, sexualidad, amistad y familia condensan las rememoraciones, en esas islas de pasado que nunca se recobra en su origen y totalidad, y asocian dos polos que constituyen la infancia: “amor y terror era una mezcla en la que crecíamos”, en otra parte habla del aprendizaje de mezclar “alegría y miedo”.
Desde esa doble voz o voz imposible despuntan ciertas revelaciones, incluso las revelaciones del secreto: la idea de que los padres de la narradora no soltaban una verdad, lo cual constituye una oximorónica, cito la novela, “vaga certeza”. Los capítulos intitulados “El 83” serán los que vayan soltando de apoco esa verdad y su “sentido punzante”,y conectan así la novela con la memoria histórica, con el terror de la historia reciente, en un año decisivo que permite revelar desde el presente de esos capítulos hacia el pasado. Las dimensiones temporales se entremezclan y ponen en jaque la idea misma de esos sucesos como pasado cerrado, obturado, tan usado por algunos discursos actuales que intentan dar vuelta la página. La verdad novelesca da cuenta de esa temporalidad enmarañada de lo que persiste como trauma.
El final del texto condensa en su intensidad la voz imposible y las experiencias de ese sujeto que solo puede decirlas duplicándose, oscilando en la ambigüedad entre la niña y la adulta:
En “Navidad”
“Nos preguntamos dónde están ahora las tías, si en la voz de los grandes cuando cantamos las zambas, si en los sueños de la noche de los nenes, si en el tronco del árbol de atrás de la casa, si en la glicina o en la orilla, si en nuestros hijos.”
La pregunta es en el presente de la narradora pero el “nuestros” de los hijos llevan a otra dimensión vital.
Y en la frase final, una inquietud:
“Si las primas de Villaguay se acuerdan de lo mismo que yo.”
En la sospecha de diferencia se expone el pasado como lo imposible de recomponer en términos de origen único pero, a su vez, lo que empuja a una duplicación coral que insiste, vuelve y retorna, a la patria que es la isla de la infancia.
Me cambié de ropa cinco veces, dos de zapatos y estuve cuarenta minutos resolviendo qué iba a hacer con el pelo. Como si a los tipos les interesara. Es lo que me había dicho mi mejor amiga, siempre tan confiada en mi capacidad de gustar. Las amigas confían en una más que una. El baño había quedado hecho un chiquero, no tenía tiempo, energía ni ganas de ponerme a secarlo, toda la atención estaba en el vestidito floreado y las sandalias y el brushing que no terminaba de quedarme bien. No sé hacerlo. La curva del flequillo estaba deforme, no era una curva, no sé qué era. Me pinté los labios y me puse unos aros nuevos. Cuando miré la hora, salí disparada (previas fotos por whatsapp a mi amiga, y su ok), subí al remís y me bajé en el bar acordado. Los nervios que tenía hicieron que me tropezara con una baldosa al bajar, aún así logré no caerme. En realidad me doblé el tobillo pero hice toda la fuerza que pude para negarlo: no pasó nada. Con el tobillo en franca hinchazón, rengueé y entré, me acomodé el pelo y me aseguré la carterita en el brazo izquierdo. Dolía pero no podía darle lugar a eso.
Chau pie, calmate, esto es más importante que vos.
Me quedé un par de segundos mirando hacia adentro, recorrí rapidito las mesas con la vista y ahí vi una mano que me hacía una seña: su mano.
Bueh, no viene a buscarme, me indica dónde está.
Ahí fui con mi negado pie, mi carterita y mi pelo. Cuando se paró para darme un beso en la mejilla casi me muero. No podía ser tan hermoso. Yo ya lo conocía, ya nos habíamos visto en el trabajo. Pero así, ahora, parecía otro. Segunda negación: no es tan hermoso, no te ponés nerviosa, acá no pasa nada.
Me muero, lo que me gusta este tipo.
Fuerza en la cara, en la expresión, para que no se me note. Fuerza para soportar el tobillo.
Se me cae el flequillo, para qué me habré hecho el brushing éste si no sé hacerlo y siempre me queda mal.
Me senté y pedimos una cerveza y el menú para comer algo.
¿Abro demasiado la boca cuando me río? No está bueno, a ver si me puedo reír más discreta.
Él tenía un perfume que me penetraba como hacía rato no me penetraban. Me dediqué a mirarlo con detalle pero sin que se notara. ¿Se habría dado cuenta de eso?
Son medio boludos los hombres, incluso éste que me gusta más que tomar sol en el Caribe.
No, nunca fui al Caribe. No creía que se diera cuenta pero no podía desechar esa posibilidad. Me pareció mejor dedicarme a escucharlo. Jesusito, qué voz. Qué voz. Qué sé yo qué decía. Yo le miraba la boca y escuchaba su voz.
¿Y qué hago con esta voz de pito, que heredé de mi vieja? A ver si puedo hablar un poco más grave. Pero no tanto porque va a sonar raro.
El pie me estaba matando. El no-pie.
Nada, no me doblé, nada me duele, estoy espléndida, me río con la boca cerrada y me callo cuando él habla. Qué carajo está diciendo, no me puedo concentrar. Uy, me preguntó algo. Llegó mi momento. Tranquila, contestá tranquila, respirá, tarada. Y sacate ese flequillo de la cara que te quedó horrible.
Dije algo, no sé, algo del trabajo, algo de la facultad, algo del gobierno, me perdí.
Necesito que ese perfume me penetre más profundamente, sólo sería posible si nos acercáramos, pero no voy a hacer papelones. Bastante que me estoy aguantando lo del tobillo y el pelo. ¿Me sonrió? ¿me canchereó? ¿Me está seduciendo? Me muero. Qué carajo dijo, le tengo que seguir el hilo y la cerveza ya me está haciendo efecto. Má sí, yo me río como me río, si abro demasiado la boca qué sé yo, que admire mis muelas.
Nos trajeron la pizza y ahí me preocupé por comer como una señorita, como me enseñaron en casa.
¿Cómo mierda comen las señoritas?Así, con la boca cerrada, de a bocados chiquitos, usan mucho la servilleta.Pero con el hambre que tengo y esta cerveza que me da vueltas, va a estar difícil comer como una señorita.
Él comía como un tipo y eso estaba bien, muy bien.
Uh, otra vez cambió de tema.
Me preguntó mi opinión y yo solamente trataba de encontrar alguna. Alguna opinión, digo. Algo para decir, con la boca llena de queso de pizza y modales más o menos señorísticos.
¿Se rió de nuevo? No se rió, “me” sonrió. No, si este chabón ya cayó, eh. Ya cayó. Ya me di cuenta. Le importa un huevo el flequillo y la voz de pito, este tipo está conmigo. Al pie ni lo siento y si me paro ahora para ir al baño, me voy a tener que apoyar en las paredes. Otra cerveza y ahora se cambió de lugar. ¡Se cambió de lugar y se sentó al lado mío!
Me quería morir de la vergüenza y la calentura. No sería muy de dama, pero a mí ya me había empezado a penetrar el perfume ése. Me estaba haciendo pis. Si no me levantaba pronto, me meaba encima. Pero ahora la que se hizo la canchera fui yo.
Aguanto, total, ahora que lo tengo cerca y que lo del pie desapareció, yo aprovecho. Me parece que le voy a dar un beso. Me parece. Pero tengo la boca llena de comida, mejor no. Ya vengo, voy al baño. ¡Epa! Mejor que camine despacito porque no llego entera, me da vueltas todo.
El baño estaba casi vacío gracias al Universo, como me enseñó mi amiga. Todo hay que pedirle al Universo porque es más copado que Dios para hacerle pedidos. Y el tema de las energías y todo eso, ella sabe bien.
Ah, pero mirá mi cara, ya se me corrió el rimmel y del pelo mejor ni hablar. Me pillo, que desocupen el baño pronto porque me pillo. Al fin, nena, al fin, dejame pasar.
Mientras tambaleaba sobre el inodoro sin sentarme y hacía trabajabar los músculos de las piernas que hacía tanto no trabajaban, pensé que esto no iba a andar. Fue como un rayo, una luz, una revelación del fucking Universo.
Esto no va a andar.
Salí del baño con la convicción de que este principio era un final. Caminé directamente hasta mi habitación, me tiré sobre la cama, casi vuelco el vaso con agua que tenía sobre la mesa de luz. Miré hacia el no-pie y tenía el tobillo morado. La habitación era un desastre, el secador de pelo debajo de una pila de remeras, los zapatos fuera del placard, amontonados al pie de la cama, el vestido floreado hecho un bollo.
El 16 de diciembre del 2017, Revista Ajo publicó una crónica que escribí sobre la desaparición de Marta Elsa Bugnone y Jorge Ayastuy en 1977, y una lectura desde el hoy. Esto, en el marco de la causa ABO III (Centros Clandestinos Atlético – Banco – Olimpo), por la cual fueron condenados los represores Chacra, Marc y Lorenzatti, responsables de su secuestro y torturas.
Sale de la habitación sonriendo. Todos los demás nos reímos y lloramos a la vez, por supuesto. Muecas y pañuelos y caras rojas, así. Ella ahora sale de la habitación con una risa tan abierta que sólo se me vienen a la cabeza las descripciones más clásicas y recontra dichas (¿lo muy dicho se basa en lo muy visible?): que su presencia destella, que tiene luz e ilumina el cuarto, que parece transportar algo de otro planeta, o de otro estado o de otro universo. Que es la corporización de la vida reventando a la muerte, aunque la muerte también haya ganado.
Y ahora abre la puerta y sonríe. Flor, yo, todos los que estamos ahí no dejamos de llorar y abrazarnos, nadie hace otra cosa. Y ahora esto es un túnel del tiempo y del espacio. Estamos entrando en la conferencia de prensa de Abuelas, un poco pisoteados por la cantidad de gente, camarógrafos, parientes, otros nietos, somos tantos; desde atrás los fotógrafos gritan “¡Abajo!” cuando alguien se para y tapa a las abuelas. Hace calor, nos tocamos el hombro para corrernos de lugar, hay una especie de solidaridad con los desconocidos. Nadie se enoja si recibe un codazo, si le piden que se agache, si tiene que aplastarse contra la puerta o la pared para que entremos. ¿Qué es esta magia? ¿Qué es este dolor y este amor mezclados? Ahora Adriana se sienta junto a su tía Silvia, a su lado Estela y la otra tía. Desde atrás algunos primos de Adriana muestran fotos con las caras de Edgardo y Violeta, sus padres. “Es igual a la madre” dice un señor detrás de mí, “¡Se parece a los dos!”, le digo, nos sonreímos. Le pide a una mujer de remera verde que se agache, ella filma con su celular, se da vuelta y es Miriam Lewin, la conocen y le hacen chistes: “¡Aflojá con el celular, Miriam!”. Nos da risa y nos angustia y nos emociona. ¿Qué es este viento? Adriana dice que pensamos que es valiente pero que ella en realidad está dando la conferencia porque está en shock y todavía no entiende nada. Que está feliz y en shock. Que ahora no sólo se le completa el rompecabezas, y se le arma otro rompecabezas, sino que se le completa la vida. ¡Y sonríe! Que lindo sonríe esta mujer. Mi prima Pamela, delante de mí, aplastada entre fotógrafos, con esos ojos verde agua que te estampan su belleza de una, no deja de llorar desde que empezó la conferencia. Ya nos estuvimos abrazando. Abrazar es la palabra que más veces voy a decir en este texto y en la vida en general por estos días. Cuando termina, me junto con mi hermana Flor y nos damos un abrazo con Silvia, la tía paterna, esa mujer bajita y hermosa que todavía no puede creer lo que está pasando. Silvia es de la misma ciudad de donde soy. Levanto la vista y ahí están sus compañeros del gremio docente, caras que hacía mucho no veía, la voz de mi origen, más abrazos. Esto ya no es un túnel, es una galaxia entera que mezcla búsqueda con río con escuela con secuestro con pájaros con arena. No sé cómo se hace para quedarse a vivir un poco acá adentro, en un rato tengo que salir y no voy a querer. Adriana está capturada por los periodistas, la veo hablar y gesticular desde la otra punta del salón, se nota que no tiene miedo. Salimos, almorzamos en la esquina, estamos con los ojos irritados y esa felicidad que nos da estar juntos. Ahora nos vamos a Comodoro Py a escuchar las sentencias a los nueve genocidas de la causa ABO III. Ahora llegamos y nos quedamos en la vereda mientras mis viejos y mi otra hermana están en la sala de audiencias, arriba, con los represores cerca. Cada vez hace más calor. Somos muchos para lo mismo, somos muchos festejando con las condenas y amargándonos con las absoluciones. No nos conocemos y tenemos tanto en común. Vino Paula y vino Nahuel. Llegan más a acompañarnos. Lucía saca fotos y se emociona. Perpetua para Chacra, 25 años para Marc y también para Lorenzatti, los tres involucrados en el secuestro y las torturas a mis tíos. ¿Qué es este grito? No nos podemos despegar tan rápido, un rato más y otro rato más, acá afuera, y mi hermana Ana nos dice que miremos, que los acusados salen a unos metros de donde estamos, detrás de la reja, hacia el móvil penitenciario. Ahora todos cantamos “Como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar”. Algunos putean, otros lloran, todos cantamos. Los policías se acercan hacia nosotros con la cabeza en alto y sacando pecho, como si representáramos alguna clase de peligro. Cantamos. Eso hacemos. Aplaudimos y cantamos con las cuerdas vocales inflamadas y con el corazón en estallido. Nada más. Cantamos y después nos callamos, los acusados se van, nosotros también. Me vuelvo a Mar del Plata en el primer colectivo que encuentre. Siento un cansancio distinto. ¿Qué es este cuerpo? Un alivio, un agotamiento, un grito, un amor y un dolor mezclados, un viento.
*Martes 5 de diciembre de 2017, Sede de Abuelas de Plaza de Mayo – Tribunales de Comodoro Py, C.A.B.A.